En el año de 27 a. C. el emperador romano Augusto se dirigió
a Hispania para vigilar las campañas en Cantabria. Sin
embargo debido a su salud débil prefirió quedarse en Tarraco.
Al parecer, Augusto hizo construir un altar en la ciudad, y una
anécdota del retórico Quintiliano menciona que los habitantes
de Tarraco se quejaron a Augusto de que una palmera había
crecido en el altar, respondiendo él que eso significaría que no
era usado muy a menudo.